Un pescador alardeaba de haber
descubierto una tierra desconocida. Todos le tomaban por loco. “Si ya está todo
descubierto”, decía un anciano que ha visto mundo. Cada noche cogía su barca-
cuando todo el mundo dormía y al único que se le escuchaba era al mar en su
desvelo permanente-, y remaba hasta desaparecer en la inmensidad del océano.
Por las mañanas, regresaba maravillado, deseoso de contar sus aventuras, pero
nadie le quería escuchar. Él aseguraba su existencia, ninguno de los habitantes
de la aldea le creía, no se les pasaba por la cabeza ni una mínima duda, salvo
a un niño. Cierto día, antes de que se hiciera completamente de noche, el niño
se escondió en la barca y se quedó sin querer dormido. A la mañana siguiente,
el pescador volvió de su habitual viaje, el niño que aquella noche partió con
él, sin que él lo supiera, ya no regresó nunca más. El pueblo quedó
conmocionado con la desaparición del chico, culpaban al mar impetuoso de
habérselo tragado. Aunque sabían que al mar no se le podía juzgar, ninguno se
atrevía a ver más allá. Nadie creería que el niño estaba perdido en una tierra
de mentira.
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