domingo, 16 de marzo de 2014

El amor a la destrucción

Si las palabras son mi equipaje, yo estoy vacío. Quizá tenga la maleta llena de experiencias, pero se me olvidó meter por algún hueco la esperanza. Por eso con ese enorme circuito de palabras podré contar lo que siento de mil maneras, sin embargo en ninguna de ellas aparecerá la más mínima esperanza. Escribo con dolor y con cada palabra me voy desangrando. No obstante, en la muerte de la persona nace el poeta. 
Siempre quise ser alguien, pero estoy más a gusto siendo un cualquiera. No necesito crearme metas, si sé que a la muerte voy a llegar igual; rico o pobre me es indiferente, la miseria la llevó en el alma. Mi mayor fracaso es ser yo mismo, convivo con una decepción constante que ni vive ni deja vivir. Paseo cientos de veces por el camino de la incomprensión, veo a todo el mundo pasar de largo, pero yo no me detengo, sigo andando, me acompaña la temible gloria del solitario.
Mi indiferencia a la vida aumenta a cada paso. En mi cárcel de angustia no sueño con la utopía de la libertad, dentro del sistema no somos nadie pero fuera aún menos. No me gusta creerme alguien, ni diferenciarme, quizá por eso sea diferente. No me quiero, ni me sé querer. Muchos me dicen que debería aprender a quererme, pero seguramente al intentar amarme acabaría odiándome. Nunca le vi el sentido a ese amar por amar, es más amo algo que no existe, que nunca estuvo, ni estará. Mi corazón está vacío y no existe su cura, porque ha caído en la enfermedad mortal de la vida. 
Ya dejé de escribir para dar sentido a las cosas, ahora escribo para quitárselo.